Por Luis Alberto Alonso Aviles
El autismo se ha convertido en las últimas dos décadas en un hecho preocupante para diversas sociedades a nivel mundial por el aumento constante en los índices de ésta condición, por lo que los trabajos e investigaciones para intentar descubrir sus causas se han multiplicado y los resultados muestran que los factores de probabilidad tienen que ver directamente con nuestras actividades contaminantes.
Durante la década de los noventas, y sobre todo en Estados Unidos, se manejó la (des)información a nivel mediático de que las vacunas que se aplicaban a los recién nacidos eran las causantes del autismo cada vez más creciente durante aquella época. De hecho, el tema llegó a exponerse en diversas series televisivas estadounidenses con el fin de dar cuenta de que el no vacunar a los recién nacidos provoca más problemas que beneficios, llegando incluso a provocar la muerte de algunos menores por la falta de anticuerpos.
Debido a la falsa información y la ignorancia de los padres de familia durante ese periodo, enfermedades como el sarampión, la tosferina, o la rubeola, aumentaron en el número de infectados.
Ha de entenderse que el autismo es una condición, no una enfermedad. Las personas que padecen autismo carecen de habilidades desarrolladas de socialización, por lo que afecta socialmente a los niños por el rechazo que sufren dada la ignorancia de las personas que los rodean en las escuelas o en su propia familia. Un autista no es un idiota, pues incluso poseen capacidades matemáticas y habilidades mecánicas muy por encima del promedio.
El autismo tiene un origen multifactorial, donde el factor genético es considerado como el factor preponderante. Las investigaciones del genoma humano muestran que determinado tipo de mutaciones y genes específicos presentan una relación directa con el autismo. El problema radica en que aún no se sabe específicamente qué provoca estas mutaciones.
Sin embargo, como paradigma de diversos problemas de salud que han tenido un aumento considerable en diversos grados de afectación, los factores medioambientales en su forma de contaminación aparecen como paladines del problema.
Estudios realizados en Dinamarca y América Latina revelan que la calidad del semen de los habitantes de estas regiones se ve ampliamente disminuida por los agentes químicos usados en la agricultura. En Estados Unidos se dio el mismo caso, pero el uso de DDT se prohibió a raíz de la intoxicación y hasta muerte de varios agricultores que lo empleaban sin conocimiento pleno de los peligros que este conllevaba. Pero el problema no son sólo los pesticidas.
Una investigación publicada en los Archivos de Psiquiatría General de E.U.A estudió los efectos que sufrían los fetos en desarrollo y niños de hasta un año de edad por la exposición a la contaminación ambiental.
Los resultados arrojan una probabilidad de hasta tres veces más de padecer autismo en caso de que la gestación del feto y el desarrollo del recién nacido se lleve a cabo en un área con alta contaminación medioambiental.
El Centro de Control de Enfermedades (CDC) estadounidense sostiene que en los últimos 10 años los casos de autismo han aumentado hasta en un 78% en el vecino país del norte. Aunque hay quien defiende que el aumento se debe a una mejor detección del padecimiento que a un aumento real del problema. Consideremos que es una disyunción inclusiva (donde las posibilidades que se presentan son igualmente válidas y posibles) y que el aumento o detección del problema se reparte en un equitativo 39%. Sigue siendo igual de preocupante.
Los mexicanos sabemos que nuestro sistema de salud es propio del tercer mundo, y si a ello le sumamos el "valemadrismo" que tiene por bandera la mayor parte del personal médico que labora en nuestros centros de salud, nos podemos imaginar el impacto del problema en nuestro país. Y es que si una sociedad que se encuentra muy por delante de nosotros en avances técnicos, tecnológicos, sociales y de cobertura médica no detecta con índices satisfactorios los niveles de esta condición creciente, ¿cómo estamos en México?
La información que he podido encontrar desde que escuché del problema por causas ambientales hace aproximadamente 4 años, la he podido consultar por asociaciones civiles o médicos y ambientalistas que hacen labores de difusión para intentar prevenir este problema, nunca por las diversas autoridades de salud.
“Hemos sabido durante mucho tiempo que la contaminación ambiental es mala para nuestros pulmones, especialmente en los niños. Ahora estamos comenzando a entender cómo la contaminación ambiental puede afectar el cerebro", dice la doctora Heather Volk de la Universidad del Sur de California.
¿Será que la contaminación ya afectó el cerebro de nuestros gobernantes? |