El ponerle adjetivo al nombre de la Ciudad de México, que en realidad sigue siendo el Distrito Federal en estricto sentido constitucional, se ha convertido en una moda desde el año 2000, cual “línea” que te deja como recuerdo algún amable grafitero en la fachada de la casa para que recuerdes su proeza.

Así, iniciamos con aquella encantadora “Ciudad de la Esperanza”, que nos quisieron meter por cada esquina, parche de la ilusión que negaba la poco agraciada vista de baches, trabajo infantil en los cruceros, el metro lleno de ambulantes, las calles más transitadas plagadas de mujeres que en su mayoría son explotadas por “chulos” y, como cereza del pastel, el faraónico segundo piso del periférico, cuyos documentos fueron guardados bajo llave a orden del más grande libertador contemporáneo, el entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador.

Renovamos el slogan del DF por el de México “Ciudad de Vanguardia” con el ilustre Marcelo Ebrard Casaubón. Se decía de vanguardia porque, como queriendo asemejarse a Steve “mentiroso” Jobs, resulta que durante su administración todo se había inventado e implementado. Nada había ocurrido antes de que el entonces presente salvador lo hubiera manifestado en su intelecto agente. Tal vez sea por ello que decidió mandar toda continuidad al carajo y, con un plumazo de “vanguardia”, toda la Línea 12 del Metro siguió un proceso que a la luz del sentido común no se entiende de ninguna manera.

Así llegamos a la administración que lleva por bandera el gerundio (que tanto molesta a los doctos en la lengua de Cervantes) manifiesto en la máxima “Decidiendo Juntos”. Y vaya que se aplica, pero sólo para unos cuantos y a conveniencia: en el caso de la Línea 12 unos dicen una cosa y los otros, otra; hay una ley que prohíbe fumar en lugares públicos cerrados, pero como no se aplica como se debe, entonces aislemos ahora a los fumadores en corralitos callejeros; y, para colmo, parece que la estupidez de unos cuantos y la ineficacia de las autoridades afecta sólo a los pequeños negocios.

El caso de la Línea 12 se puede definir con la máxima callejera de “¿Dónde quedó la bolita?” o el dicho que resume la mitología de las “dictaduras perfectas” en tiempos de la disque izquierda: “nadie sabe, nadie supo”. Y es que ya el mismo Jorge Gaviño, presidente de la Comisión que investiga el caso en la ALDF, admitió que hay graves inconsistencias en las declaraciones y cadenas de mando y presentación de informes de los distintos implicados. El problema radica en que el Legislativo no tiene facultades para amonestar o castigar, mientras que la Contraloría del Distrito Federal sólo se ha limitado a informar sobre el número de personas que investiga. Pero no nos confundamos, el desmán mediático que se ha vivido en Donceles y Allende no hay por qué exigirlo de igual manera a la Contraloría, pero sí que informe sobre los avances de su investigación.

En el segundo caso enigmático de la semana nos encontramos al diputado panista Orlando Anaya y su iniciativa para aislar a los fumadores en corralitos callejeros (cuya fotografía pueden encontrar en la sección ALDF de este medio con el respectivo artículo). Pero antes de que los fumadores activos (hay que recordarles que los que soportamos su humo somos los pasivos) saquen sus cerillas o encendedores zippo para quemar a Orlando en una hoguera improvisada, tienen que saber que la ocurrencia vino por la negativa del PRD ante la petición del panista para exigir al GDF que haga valer la ley correspondiente al derecho de los no fumadores. Sin embargo, Carlos Marín no perdona el atrevimiento y le exige el tener por lo menos “una banquita y un techito para resguardarse de la lluvia”.

Para finalizar tenemos una contradicción a tres bandas debido a la prohibición de la venta de alcohol en ocho delegaciones del DF, más una que se dice fue a petición propia. Se anunció la llamada ley seca para las delegaciones Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Cuajimalpa, Gustavo A. Madero, Iztapalapa, Miguel Hidalgo, Tláhuac y Xochimilco al inicio de esta semana, más la auto-agregada Cuauhtémoc.

Como respuesta evidente se escuchaban recuerdos a las madres de los burócratas, por lo que estos decidieron darle al pueblo lo que quiere, pero a su modo. Y es que resulta que para proteger la economía de los establecimientos que tienen como necesidad ofrecer bebidas alcohólicas con los platillos que sirven, los restaurantes y hoteles las delegaciones antes mencionadas, quedan exentos de la restricción.

Quienes quedan dentro de este marco restrictivo son las tiendas de abarrotes y las tiendas de conveniencia. Entonces cabe la duda sobre si la economía de las “tienditas” no se verá afectada, teniendo como antecedente que la ciudad de León, cuando el equipo local de futbol tenía una temporada exitosa, se reportó que la venta de cervezas fue del 100 por ciento, es decir, quedaron vacías.

El argumento para esta restricción es la seguridad. Es decir, que papá Gobierno tiene que volver a cuidarnos, como en aquellas épocas del glorioso PRI. Y es que parece que allí donde “decidimos juntos” realmente no lo hacemos, sino que “nos deciden”. Porque bien pudieron decidir aplicar las leyes cívicas que ya regulan la violación al comportamiento cívico, aumentar los puntos del alcoholímetro y atender a las denuncias ciudadanas por estos casos.

Al GDF no se le puede culpar de promover el uso de la marihuana, porque no están a favor, pero algunos legisladores del PRD sí. Entonces, ¿dónde están los que afirman que se violentan nuestros derechos humanos cuando se nosrestringe el ingerir, inyectarnos o fumarnos lo que se nos dé la regalada gana?