Por Luis Alberto Alonso Aviles

Existen temas que ejemplifican de manera explícita que en muchas ocasiones la teoría viene precedida de la práctica; es decir, que para el entendimiento llano la teoría viene a ser una comprobación de la práctica. Según MatsAlvesson, profesor de administración de empresas de la Universidad de Lund en Suecia y autor de lo que él mismo ha llamado “teoría de la estupidez funcional”, las más de las empresas productivas, en el corto plazo, son aquellas que fomentan el desarrollo de la estupidez (entenderemos estupidez como limitación o visión corta de miras) entre sus trabajadores, casi como si se tratara de un modelo de producción en serie.

Alvesson, quien se ha dedicado al trabajo del estudio crítico de la gestión empresarial, sostiene que las empresas que fomentan armonía y consenso entre sus empleados, buscan a personas de carácter mesurado o hasta sumiso. De acuerdo con ello, aún si alguno de los miembros de estas empresas busca sobresalir con ideas y propuestas, su actitud será inmediatamente coartada bajo amenaza de ser excluido de los departamentos importantes y hasta de los grupos sociales que se conforman al interior de los centros de trabajo.

Evidentemente, el trabajo de Alvesson se ha visto inmensamente criticado por grupos empresariales que han descalificado las diversas publicaciones en las que ha hecho alusión al tema. A decir verdad, a nadie resulta sorprendente el contenido de su obra, pues, como ya se ha dicho, no viene a ser sino una comprobación de los hechos.

Si hasta hace poco hablamos de las nuevas formas de producción que se originaron a partir de la Revolución Industrial, ahora debemos hablar de las nuevas formas de trabajo, consistente en el aislamiento  continuo y exponencial parcialización de las tareas. Por otra parte, las tan afamadas condiciones objetivas del trabajo no pueden aparecer ante los trabajadores sino es con aquello que Fox llamó “su changarro”, es decir, su propio negocio. Sin embargo, la paradoja del trabajo, las condiciones objetivas, el resultado de éste y el desempeño se ve reflejada en la jerarquía normalmente no justificada.

El lector promedio pensará que las situaciones descritas, en caso de aceptar la validez empírica de éstas, son susceptibles sólo en los estratos de los trabajos comunes y poco valorados. Para los estándares de nuestro país y de América Latina, los trabajos “promedio” o comunes son aquellos por los que se percibe un ingreso mensual de hasta 15 o 20 mil pesos mensuales. Por tanto, en caso de que usted sea un afortunado de los que se aproximan a esas sumas máximas o de las más evidentes, ya que las mínimas son el 90% de este promedio, seguramente ha sentido que su trabajo no es valorado y sus ideas no son tomadas en cuenta, todo ello con el inminente riesgo de perder su trabajo si hace observaciones o críticas al modelo, estructura o formas de desempeño.

Pero el problema no es endémico del tercer mundo, como normalmente dicta el ideario popular. Ejemplifiquemos el discurso anterior con un ejemplo internacional de estupidez como limitación, en el que se trabaja en la élite del deporte y la tecnología; y uno nacional de estupidez como visión corta de los objetivos, en el que se trabaja, principalmente, con el objetivo de dar resultados inmediatos y consistentes de lo que se requiere de acuerdo al perfil laboral del trabajador.

Enrique Scalabroni, ingeniero y diseñador argentino que ha trabajado en la Fórmula 1 con equipos como Williams y Ferrari desde inicios de los años 80´s, concedió hace poco más de una semana una entrevista en la que describía parte de su carrera en la F1, hablando de sus responsabilidades generales en distintas áreas mecánicas y aerodinámicas, aseverando que al menos hasta hace un par de décadas los ingenieros de la F1 se inmiscuían en distintas áreas de desarrollo de manera completamente natural. A pesar de que sus palabras no tenían ninguna intención de crítica ácida, sí dejó claro que ahora la especialización de conocimientos ha llegado a tal grado en la práctica que es casi imposible que se pueda participar en distintas áreas o que, incluso, se escuche la voz de alguien que no es experto en el área. Claro, como todo en la vida, las cosas no siempre funcionan y las mentes encargadas del desarrollo tecnológico oscilan en una frontera muy delgada entre el genio y el fracaso. Peor aún, imagine usted que su trabajo es juzgado por millones de personas en todo el orbe, la mayor parte de las veces sólo en la escala de efectividad, dependiente de factores diversos y hasta circunstanciales. En caso de desconocer un ejemplo claro de esto, piense en Nicola Tesla después de la Revolución Industrial o AdrianNewey en la actual F1.

En el particular caso mexicano, hace un par de semanas leí un breve artículo en una revista digital de “variedad chilanga” sobre aquellos grupos laborales a los que mucha gente denomina “Godínez”, desconocido para mí hasta ese momento tal mote. Básicamente se define como Godínez a personas que tienen horarios específicos de labores en oficina (que checan tarjeta, como en los años 50´s, vamos), que no hacen más que cumplir con su trabajo en tiempo y forma con el único objetivo de recibir su pago sin contratiempos. Lo cierto es que muchas carreras preparan a sus estudiantes para justamente eso: cumplir con un trabajo que se vuelve casi mecánico y que no requiere un pensamiento crítico para realizar sus actividades sino una responsabilidad pulcra de ejecución que es calificada de exitosa. Lo cual no está mal, pero con el tiempo lo más probable es que la agilidad mental se vea disminuida considerablemente (un buen amigo, psicólogo, define el fenómeno de falta de plasticidad neuronal por convicción de manera coloquial pero acertada: “si no practicas ningún ejercicio intelectual de manera continua el cerebro se te vuelve de piedra, se calcifica”).

“No pensar ni criticar. Sumisión, adaptación…Cumple y estate calladito…y ganarás tu dinerito” reza la canción “Tan Sometido” del grupo de punk-rock español La Polla Records.